En verdad, la pregunta que deberíamos hacernos los hombres no es si somos o no machistas, sino ¿cuánto lo somos? Ya no podemos seguir negando una cultura que desde la forma de nuestros genitales, nos imponen una serie de conductas, ideas, creencias y formas de pensar, una serie de mandatos que debemos cumplir cabalmente con la única intención de ser considerados como hombres de verdad.

Ejemplos nos sobran: “no llores, es de niñas”, “aguántese, sea machito”,
“eso es de niñas” por decir algunas de las frases más populares en las que se
socializa en nuestros primeros años, pero no queda ahí, sino que escala y escala: “los hombres somos fuertes, somos mujeriegos, somos ambiciosos, somos borrachos, somos pitos flojos, somos narcisistas, somos competitivos, somos y  queremos ser el más chingón” Y es aquí cuando las pruebas comienza, de manera sistemática y cotidiana. No sólo son pruebas que demuestren nuestra alta masculinidad, sino que también descubre un pensamiento de misoginia al no sólo exigir ser de cierta forma, sino alejarte del extremo que generalmente se socializa con un estereotipo de la feminidad. Mientras que el macho es fuerte, la idea de lo femenino es la debilidad y delicadeza.


La masculinidad cómo la conocemos y con la que hemos socializado desde niños, es una estructura de normas que nos ponen a prueba constantemente y en actos tan pequeños como detalles que es donde justo se devela la forma en que debemos comportarnos como varones. Por ejemplo, cuando obligamos a los niños a saludar fuerte y de puño, cuando separamos por juguetes en juguetes de niño y niña, cuando sexualizamos a las infancias preguntando cuántas novias ya tiene (sí, además en plural) o exponiéndolos a contenidos no aptos para su edad; esa socialización masculina es lo que nos va formando en verdaderas armas biosociales. Si no me crees, reflexionemos ¿Qué significa solucionar las cosas como hombres? ¡Exacto! Pensamos en violencia.

Lo antes mencionado, es una pequeña parte del problema que conlleva este sistema llamado patriarcado. Un sistema que nos atraviesa, nos habita y nos recluta sin importar nuestro género y cuerpo. Todes, somos hijes del patriarcado y darnos cuenta de ello no debería ser sinónimo de vergüenza, alumbrar nuestras sombras y heridas es el primer paso para hacerme cargo de mí, un trabajo personal que no se separa de lo político. Ir descubriendo cómo nos construimos y constituimos y que las cosas no están hechas sino haciéndose. Esto nos da la posibilidad y oportunidad de elegir cómo habitar nuestra masculinidad, y abrir paso a una identidad donde podamos experimentarnos desde el amor al otre, desde la responsabilidad y el cuidado, desde la ternura y la ética. Pensar e imaginar en que otra masculinidad es posible.

Por eso creo que este espacio que Barón crea es una declaración de principios, un espacio de reflexión, de desazón, de transformación y disidencia y si bien en este blog encontraremos temas incómodos, es un hecho que tenemos que asumirlos, pero desde la autocrítica compasiva, no se trata de juzgarnos más de lo que un sistema lo hace día a día, sino para trabajarlo, para darme cuenta, para soltar y construir alternativas donde mi masculinidad no sea sinónimo de peligro de vida para mi mismo, para una mujer u otro vato y al contrario, podamos comenzar a vivir de una manera menos normativa y violenta.



Que este espacio sea para florecer, para permitirnos experimentar ser lo que
siempre nos dijeron que no podíamos. Reconstruyamos nuestras formas de amar, de socializar, de caminar, de tener sexo, de crianza, de educar. Porque como dicen las
compañeras feministas en sus consignas: Romperlo todo, comienza por romper
cómo pensamos.